Viernes, 13 may (RV).-
Hoy hablaremos de los valores, esas concepciones de la vida y de las cosas que nos
orientan e indican hacia dónde movernos o actuar, en un marco social y ético. En esta
medida, los valores son fundamentales para la convivencia social, para el desarrollo
individual y colectivo, sin embargo los valores no son entidades o concepciones estáticas,
cambian con los tiempos, se transforman así como los grupos sociales, por ello se
habla de valores positivos y negativos, valores buenos y malos porque son simplemente
reflejo de las sociedades en las que vivimos.
Por ello es tan importante educar
en los valores, incluirlos en la formación de los niños y jóvenes, que sean el eje
en el actuar de los adultos y el faro que marca el horizonte hacia donde evolucionan
los grupos. Y sin lugar a dudas es difícil que esto sea así, pues con muchas las condiciones
familiares, sociales, culturales, políticas, económicas que determinan el actuar y
el sentir de los hombres y los grupos.
Y en las sociedades modernas es aún
más difícil poder definir y diferenciar con claridad los verdaderos valores, aquellos
que de verdad pueden guiarnos por los caminos justos, reales y libres. La cultura
consumista de nuestras sociedades venden muchos valores desechables, chatarras: el
sexo instantáneo sin responsabilidad, la gratificación inmediata sin esfuerzo y las
soluciones mágicas sin sacrificios, son algunas muestras de ello. Y son los jóvenes
a quienes les llega todo esto con mayor fuerza,ideales de una vida rápida, sin mayores
esfuerzos, desechable, en medio de ambientes de hostilidad y violencia, de pobreza,
desempleo y mucha incertidumbre.
Conscientes de esto, diversas instituciones
en algunos países vienen insistiendo en la necesidad de incorporar programas de educación
en valores que se imparta en los colegios e instituciones educativas, pero también
en organismos sociales de manera que se tenga una gran cobertura poblacional con ello.
Si bien esto es alentador, es preciso tener en cuenta que enseñar valores no es garantía
para que la población alcance o desarrolle una vida digna y en libertad.
Es
cierto que los colegios pueden informar a los alumnos sobre cuáles son los valores
fundamentales y la importancia que tienen para su vida, así como reforzar los que
aprendan en su hogar. Pero es poco el éxito que se logra cuando se busca que los niños
aprendan lo que no viven en sus casas. A diferencia de las ciencias o las humanidades,
los valores éticos no se aprenden en libros ni en clases. Los valores se inculcan,
es decir, son algo que los niños captan e incorporan con base en la conducta de las
personas que más aman y admiran.
A este punto, la responsabilidad está entonces
en la familia, en los padres a quienes los hijos imitan y admiran como sus modelos
a seguir. Son los padres de familia los llamados a enseñarle a sus hijos sólidos valores
éticos que les sirvan de parámetros para regir su vida. Esto significa que los padres
con su ejemplo, con su proceder cotidiano deben ser la guía y el faro que les enseña
el camino. Así las cosas, la pregunta no es por el método en sí, son por los contenidos,
es decir no es cómo enseñarles valores sino qué les estamos enseñando. Angela Marulanda,
educadora de familia, publicó recientemente un artículo sobre el tema en un diario
colombiano y se preguntaba si nuestro comportamiento cotidiano es coherente con esta
responsabilidad de educar a nuestros hijos en valores. ¿será que la forma como tratamos
a quienes nos rodean sí les está enseñando que el respeto es un valor para nosotros?
¿Será que nuestra puntualidad en el trabajo o nuestro cumplimiento con los pagos sí
les están mostrando que es importante ser responsables? ¿Será que la lealtad con nuestra
pareja y la seriedad con que asumimos todos nuestros compromisos sí dan fe de nuestra
honorabilidad?
Los valores no son algo que se impone desde fuera sino algo
que surge desde lo más profundo de nosotros. Por lo mismo, educar en valores es cultivar
amorosamente el buen corazón de los hijos, es entusiasmarlos a obrar bien y seducirlos
a dar lo mejor de sí. En esta forma, su solidez moral no será una lección aprendida
sino una experiencia de vida, que se hará evidente en la alegría y la paz que irradien.