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Lunes, 2 may (RV).- Hoy hablaremos de la mentira, aquellas que llaman inofensivas
y las más graves, las mentiras que se dicen porque en el fondo buscamos aparentar
lo que no somos, generar admiración, vivir fantasías que nos engrandecen ante los
ojos de los demás. Estas son nuestras reflexiones de hoy.
Mentir es un recurso fácil para conseguir beneficios, aparentar más de lo que somos
sin tener que pasar por esfuerzos ni penurias, aunque el precio que se corre es la
posibilidad de ser descubierto. Mientras que la persona sincera no tiene que vigilar
la versión que da de sus anécdotas y los episodios vividos, porque los transcribe
al dictado de su memoria, en cambio el mentiroso debe controlar qué versión da de
su historia, para que resulte coherente con la escuchada por cada persona ante la
que ha presumido.
Mientras más se cae en la tentación de mentir más difícil es controlar la abundante
base de datos de las versiones dadas y más imposible resulta comentar, repetir o seguir
c las historias mentirosas, sin que podamos caer en las incoherencias de lo narrado.
El hábito se mentir se puede transformar en un trastorno de la personalidad que podríamos
llamar 'seudologia fantástica' que es una compulsión a imaginar una vida, unos acontecimientos
y una historia con la que se busca causar una impresión de admiración en los espectadores.
Este afán por impresionar esta basado en la imperiosa necesidad de resultar valiosos
y ser aceptados por otras personas, valiéndonos de medios tramposos ya que por los
naturales de la simpatía y la espontaneidad dudamos el poder conseguirlos.
El mentiroso fantasioso coge el atajo de robar la atención y el aprecio por la vía
del fácil engaño -las palabras son cómodos sustitutos de los hechos-. La persona mentirosa
no se conforma con ser una persona cualquiera -tal vez se vería a sí misma con excesivo
desarraigo-, sino que desea ser siempre una personalidad de primera magnitud, de esas
que los demás admiramos embelesados y envidiosos.
También mintiendo sobre lo que hacemos llevamos a cabo algo que proporciona un pequeño
resto de placer que nos da una migaja de lo que nos gustaría. Imaginando que somos
ricos, que seducimos a las personas más bellas, sentimos un placer que ni siquiera
las fantasías eliminan, por ello se miente cada vez más, atrapados en un círculo vicioso
con el que se busca satisfacer necesidades que a base de engaño tras engaño, fantasía
tras fantasía nos hace sentir el sueño tan real que casi lo podemos creer.
El problema del pseudólogo es que para mentir tanto y que no se note ha de hacer lo
mismo que un actor que representa un personaje y quiere resultar creíble: esforzarse
tanto, como si uno fuera esa persona inventada, que realmente se confunde y olvide
quien es realmente.
El personaje suplanta al yo, con lo que su personalidad se instala en una base inauténtica
muy peligrosa, porque los halagos, impresiones y valoraciones que arranque a los demás
con sus tretas, en realidad nunca los podrá saborear, porque sabe que no están dirigidos
al Yo autentico, sino al falso, con lo cual no logra sentir lo que le gustaría sentir:
sus dobles vínculos impiden que los placeres le lleguen.
La cura del mentiroso es sustituir la mentira por la búsqueda de la excelencia. Reconociendo
su necesidad de brillo y atracción, pero a partir de dedicarse con firmeza a mejorar
sus méritos verdaderos (profesionales, de cultura, relaciones interesantes, etc.)
con suficiente persistencia (porque si ha caído en la mentira es por impaciencia)
e inseguridad.
Jugar limpio, ser nosotros mismos, es el mejor camino para ser aceptados por los demás.
Lo primero es que nos acepten aun siendo humildes y mediocres. Una vez conseguida
esta aceptación básica entonces se pueden intentar el reconocimiento a nuestros méritos,
a partir de una mayor cualidad, de jugar más fuerte, una activa entrega para participar,
colaborar, sugerir y animar la vida familiar, los equipos de trabajo, los grupos de
amigos o la excelencia profesional.