En San Pablo Extramuros, el Papa pidió para que la Iglesia anuncie y testimonie con
alegría la Buena Nueva de Cristo Salvador
Lunes, 25 abr (RV).- Para expresar el vínculo inseparable de la Iglesia de Roma con
el Apóstol de las Gentes junto al Pescador de Galilea, el Santo Padre Benedicto XVI
visitó esta tarde, a las 18.30, la tumba del Apóstol Pablo en la Basílica de San Pablo
Extramuros. El templo estaba colmado de fieles, que acogieron con gran fervor al Papa.
En
su homilía, el Papa comenzó dando gracias a Dios porque, al inicio de su ministerio
de Sucesor de Pedro, le concede detenerse en oración ante el sepulcro del apóstol
Pablo. “Para mí –dijo el Pontífice- esta es una peregrinación muy deseada, un gesto
de fe, que hago a nombre mío, pero también a nombre de la dilecta Diócesis de Roma,
de la cual el Señor me ha constituido Obispo y Pastor, y de la Iglesia universal confiada
a mis cuidados pastorales”.
“Una peregrinación, por así decirlo –agregó Benedicto
XVI-, a las raíces de la misión, de aquella misión que Cristo resucitado confió a
Pedro, a los Apóstoles y, de modo singular, también a Pablo, impulsándolo a anunciar
el Evangelio a las gentes, hasta llegar a esta Ciudad, donde, después de haber predicado
por largo tiempo el Reino de Dios, dio con su sangre el extremo testimonio a su Señor,
que lo había ‘conquistado’ y enviado”.
Tras afirmar que, como Sucesor de Pedro,
ha ido a San Pablo Extramuros para reavivar en la fe esta “gracia del apostolado”,
porque Dios, según otra expresión del Apóstol de las gentes, le ha confiado “la solicitud
por todas las Iglesias”, el Santo Padre dijo que “tenemos ante nuestros ojos el ejemplo
de Juan Pablo II, un Papa misionero, cuya actividad tan intensa, testimoniada por
más de cien viajes apostólicos más allá de los confines de Italia, es verdaderamente
inimitable”.
“¿Qué lo animaba a un dinamismo semejante si no el mismo amor
de Cristo que transformó la existencia de san Pablo?”, preguntó el Papa, quien pidió
al Señor que alimente en él “un amor semejante, para que no tenga descanso ante las
urgencias del anuncio evangélico en el mundo de hoy”, pues “por su naturaleza misionera,
la tarea primaria de la Iglesia es la evangelización”.
En este sentido, Benedicto
XVI recordó que el Concilio Vaticano II le dedicó a la actividad misionera el Decreto
denominado, precisamente, “Ad gentes”, que recuerda cómo “los Apóstoles, siguiendo
el ejemplo de Cristo, ‘predicaron la palabra de la verdad y engendraron las Iglesias’”
y que “es obligación de sus sucesores dar perpetuidad a esta obra para que ‘la palabra
de Dios sea difundida y glorificada’, y se anuncie y establezca el reino de Dios en
toda la tierra”.
Al respecto, el Santo Padre dijo que “al inicio del tercer
milenio, la Iglesia siente con renovada vitalidad que el mandato misionero de Cristo
es actual más que nunca”, y, tras recordar que “el Gran Jubileo del 2000 la ha conducido
a ‘volver a comenzar desde Cristo’, contemplado en la oración, para que la luz de
su verdad sea irradiada a todos los hombres, ante todo con el testimonio de la santidad”,
recordó el lema que san Benedicto puso en su Regla, exhortando a sus monjes a “no
anteponer absolutamente nada al amor de Cristo”.
Y tras recordar que el siglo
XX ha sido un tiempo de martirio, como lo puso de relieve el Papa Juan Pablo II, que
le pidió a la Iglesia “actualizar el Martirologio” y canonizó y beatificó a numerosos
mártires de la historia reciente, Benedicto XVI dijo que “si la sangre de los mártires
es semilla de nuevos cristianos, al inicio del tercer milenio cabe esperar un renovado
florecimiento de la Iglesia, especialmente donde más ha sufrido por la fe y por el
testimonio del Evangelio”.
El Santo Padre finalizó su homilía encomendando
este anhelo a la intercesión de san Pablo. “Que le obtenga a la Iglesia de Roma, en
particular a su Obispo, y a todo el Pueblo de Dios, la alegría de anunciar y testimoniar
a todos la Buena Nueva de Cristo Salvador”, concluyó el Papa.