Santa Misa por la elección del Romano Pontífice concelebrada por los 115 cardenales
electores del Cónclave
Lunes, 18 abr (RV).- La Iglesia pide a Dios un nuevo Papa como don de su bondad y
providencia... a ejemplo de la primera comunidad cristiana... “la Iglesia universal,
unida espiritualmente a María, la Madre de Jesús, debe perseverar en la oración...
de forma que la elección del nuevo Pontífice no será un hecho aislado del Pueblo de
Dios que atañe al colegio de los electores, sino que en cierto sentido, será una acción
de toda la Iglesia”... Con este anhelo, Juan Pablo II estableció en su Constitución
Apostólica, Universi Dominici Gregis, que se eleven oraciones al Señor, “para que
ilumine a los cardenales electores y los haga tan concordes en su cometido que se
alcance una pronta, unánime y fructuosa elección, como requiere la salvación de las
almas y el bien de todo el Pueblo de Dios”
Y con este anhelo, el Decano del Colegio Cardenalicio, ha presidido esta mañana, en
la Basílica vaticana la Santa Misa por la elección del Romano Pontífice, que han concelebrado
los 115 purpurados que esta misma tarde ingresarán en el Cónclave. El Card. Joseph
Ratzinger ha hecho hincapié, en los dones que Cristo, subiendo al cielo, “dio a los
hombres”. Apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros, para construir su
cuerpo, la Iglesia, el mundo nuevo. Precisamente después del gran don que ha sido
el Papa Juan Pablo II, el purpurado ha exhortado a rezar por el don de un nuevo pastor:
“En esta hora, sobre todo, recemos con insistencia al Señor, para que después del
gran don del Papa Juan Pablo II, nos done nuevamente un pastor según su corazón, un
pastor que nos guíe al conocimiento de Cristo, a su amor, a la dicha verdadera. Amén”.
“En esta hora de gran responsabilidad”, el Decano de los cardenales, comentando las
lecturas de esta celebración – tomadas del profeta Isaías, de la Carta de san Pablo
a los Efesios y del evangelio de San Juan - ha evocado la exhortación de Juan Pablo
II, afianzada en el retrato profético del Mesías, para que acojamos con dicha el anuncio
del año de misericordia...Para que, encontrando a Cristo, encontremos la misericordia
de Dios y para que Cristo nos rescate...
“El espíritu del Señor Yahvé está sobre mí, por cuanto que me ha ungido Yahvé. A anunciar
la buena nueva a los pobres me ha enviado; a vendar los corazones rotos; a pregonar
a los cautivos la liberación y a los reclusos la libertad; a pregonar un año de gracia...
día de venganza de nuestro Dios; para consolar a los que lloran” (Is 61 1-3a) “La
misericordia de Cristo no es una gracia barata, no supone la banalización del mal”
– ha señalado el cardenal Ratzinger, destacando que “el día de la venganza y el año
de la misericordia coinciden en el misterio pascual, en Cristo muerto y resucitado.
Ésta es la venganza de Dios: él mismo, en la persona del Hijo, sufre por nosotros”.
Meditando sobre la Carta de San Pablo a los Efesios, en los “ministerios y carismas
que hay en la Iglesia, como dones del Señor resucitado y subido al cielo”, así como
en la “maduración de la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, como condición y
contenido de la unidad en el cuerpo de Cristo”, desembocando en “la común participación
en el crecimiento del cuerpo de Cristo, es decir de la transformación del mundo en
la comunión con el Señor”, el cardenal Ratzinger ha hecho hincapié en dos puntos.
En primer lugar, el camino hacia la madurez de Cristo, “en la plenitud de Cristo”,
para llegar a ser “verdaderamente adultos en la fe”, para no quedar “zarandeados por
cualquier viento de doctrina, a merced de la malicia humana y de la astucia que conduce
engañosamente al error...” (Ef 4,14). Advertencia tan actual, ha subrayado el Decano
del Colegio Cardenalicio, destacando “cuántos vientos de doctrina hemos conocido en
estos últimos decenios, cuántas corrientes ideológicas, cuántas modas de pensamiento...”:
“La pequeña barca del pensamiento de muchos cristianos ha quedado a menudo zarandeada
por estas olas... tirada de un extremo a otro: por el marxismo y el liberalismo, hasta
el libertinaje; colectivismo e individualismo radical; por el ateísmo, un vago misticismo
religiosos; el agnosticismo, el sincretismo y otras corrientes...”
Tras señalar que “cada día nacen nuevas sectas y se realiza lo que dice san Pablo
sobre el engaño de los hombres... el purpurado ha lamentado que el “tener una fe clara,
según el Credo de la Iglesia, se etiqueta a menudo como fundamentalismo. Al tiempo
que el relativismo, es decir, el dejarse llevar por cualquier viento de doctrina,
se presenta como única postura a la altura de los tiempos actuales. Por lo que se
va constituyendo una dictadura del relativismo, que no conoce nada como definitivo
y que deja como última medida sólo el propio yo y sus antojos”.
Reiterando luego que “nuestra medida es el Hijo de Dios, verdadero hombre” y que “él
es la medida del verdadero humanismo”, el cardenal Ratzinger ha hecho hincapié en
que la fe “adulta” es aquella que “no sigue las olas de la moda y las últimas novedades”,
sino la que se “arraiga en la amistad con Cristo”. Pues “en Cristo coinciden verdad
y caridad”.
Amistad que destaca también la lectura del Evangelio de San Juan, ha recordado el
cardenal Ratzinger, evocando las palabras maravillosas que nos dirige el Señor: “No
os llamo ya siervos... a vosotros os he llamado amigos” (Jn 15,15). Cristo nos dice
todo lo que ha oído del Padre, nos revela su rostro y su corazón. Nos muestra su ternura
hacia nosotros, su amor apasionado que llega hasta la locura de la cruz. Se nos encomienda,
nos encomienda su cuerpo, la Iglesia.
Ser amigos de Jesús es ser amigos de Dios, cumpliendo su voluntad para que se realice
nuestra redención, ha explicado el Decano del Colegio Cardenalicio, reflexionando
luego sobre la exhortación de Jesús que nos dice “Os he destinado a que vayáis y deis
fruto, y un fruto que permanezca” (Jn 15,16. “Santa inquietud”, que nos debe animar
a “llevar a todos el don de la fe y de la amistad con Cristo”, ha afirmado también
el Card. Ratzinger, recordando la misión de los sacerdotes de donar la fe recibida,
sirviendo a los demás... un fruto que permanezca.
Todos los hombres anhelan dejar una huella que permanezca... No como lo que desaparece
con el tiempo, como son las cosas materiales: dinero, edificios, libros... “Lo único
que permanece eternamente es el alma humana, el hombre creado por Dios para la eternidad”.
Ha enfatizado el cardenal Ratzinger, poniendo de relieve que “el fruto que permanece,
es por lo tanto, lo que hemos sembrado en las almas humanas, el amor y el conocimiento.
El gesto capaz de tocar el corazón. La palabra que abre el alma al gozo del Señor”:
“Entonces, vamos y recemos al Señor, para que nos ayude a llevar fruto, un fruto que
permanece. Sólo así la tierra se puede transformar de valle de lágrimas en jardín
de Dios”.