El recuerdo de la última parroquia romana visitada por el Papa
Domingo, 10 abr (RV).- Juan Pablo II quiso visitar personalmente una a una las parroquias
de Roma, llegando a conocer hasta un total de 301. Precisamente la última, la visitó
el 16 de diciembre de 2001, y todavía hoy el padre Angelo De Carlo, en su pequeña
Iglesia de santa María Josefa del Corazón de Jesús, en las afueras de la capital italiana,
recuerda aquel momento con especial cariño y devoción. Y es que esta construcción
en medio de una zona de grandes edificios se alzó gracias a la ayuda del Pontífice,
quien ayudó personalmente a poner en pie esta parroquia.
“Cuando nos dijeron que Juan Pablo II vendría en persona, no teníamos ni siquiera
los bancos – recuerda el padre De Carlo – por lo que cuando fui recibido en el Vaticano
y el Santo Padre me preguntó qué necesitábamos, yo le contesté que de todo, y el se
echó a reír”, explica emocionado el párroco de santa María Josefa del Corazón de Jesús.
Ante esta inusual respuesta Juan Pablo II donó a la parroquia un Crucifijo, un cuadro
de la Deposición y un mantel para el altar.
Pero sin duda el momento más emocionante para esta comunidad, la última que visitó
en persona el Papa, fue la llegada del Pontífice, el padre De Carlo recuerda como
Juan Pablo II le llamó y le dijo: “Ayúdame. Dame la mano, quiero saludar uno por uno
a todos”. “En realidad – afirma el párroco – no necesitaba mi mano, aunque si caminaba
con dificultad. Ha saludado a cada hombre, mujer, joven, y sobre todo a los niños.
Que felicidad ver como amaba a los niños y a los jóvenes”, recuerda emocionado el
padre De Carlo.
Asimismo el párroco subraya la emoción experimentada por todos los presentes en la
Misa, al oír las palabras que el Santo Padre les dirigía de forma personal a los feligreses
de santa María Josefa del Corazón de Jesús, y después el saludo: “Gracias por haberme
acogido”. Y es que, esta pequeña parroquia en las afueras de Roma está sirviendo para
dar un punto de encuentro a los jóvenes de la zona, ya que se han construido un campo
de fútbol y uno de baloncesto al lado de la Iglesia, dedicando el primer partido allí
jugado a Juan Pablo II, quien personalmente se había ocupado de su construcción, llegando
a enviar, a través del cardenal Ruini y saltándose el protocolo, una carta personal
a la parroquia.