2005-03-04 18:01:31

La Eucaristía, misterio que hace presentes al mismo tiempo el misterio de la Encarnación y el de la Pascua. Segunda predicación de Cuaresma para la Curia Romana


Viernes, 4 mar (RV).- El padre Raniero Cantalamessa ha centrado esta mañana su segunda predicación de Cuaresma en las dos visiones de la Eucaristía, la paulina basada en el misterio pascual y la juánica, en la encarnación de Verbo, y cómo éstas han dado lugar desde la antigüedad a dos teologías y dos espiritualidades eucarísticas distintas y complementarias. Ambas concepciones no han acabado con las escuelas que las elaboraron, sino que están presentes y son reconocibles en toda la tradición posterior, como dos especies de arquetipos de piedad eucarística.

Abordando en primer lugar la visión alejandrina inspirada en la cristología juánica, el predicador de la Casa Pontificia ha subrayado que “esta doctrina eucarística se formó en un tiempo en el que toda la preocupación teológica está concentrada alrededor de la figura de Cristo y la unidad de su persona. Una visión que resalta que el Padre no sólo nos da la Eucaristía, sino que se da en la Eucaristía. Y como sólo hay una naturaleza divina indivisa, recibiendo la divinidad del Hijo recibimos también al Padre”.

En cuanto a la visión paulina de los antioquenos, el padre Cantalamessa ha manifestado que ésta no contradice la precedente, sino que la enriquece y la completa. “Considerando las dos perspectivas a la vez podemos tener una visión mucho más completa de la Eucaristía, que se nos presenta, contemporáneamente, como presencia real del Verbo encarnado y como memorial de su pasión y resurrección; el sacramento que hace presente, en el mismo momento, el misterio de la encarnación y el misterio pascual”.

Más adelante, el predicador ha vuelto sobre la perspectiva alejandrina, en la que todo está centrado sobre el misterio pascual y en la que nos predisponemos a recibir el cuerpo y la sangre de Cristo, con la certeza de que con ellos las energías divinas de la resurrección pasan a nosotros bajo las formas de paz, valor y esperanza.

Esta segunda visión patrística de la Eucaristía se puede completar y actualizar hoy en día, como ha subrayado el predicador, a la luz de la doctrina del cuerpo místico y del sacerdocio universal de todos los bautizados. “La doctrina del cuerpo místico nos asegura que, en la Misa, la Iglesia no es sólo la que ofrece el sacrificio, sino también la que se ofrece en sacrificio junto a su cabeza. A su vez, la verdad del sacerdocio universal permite extender esta participación a todos los fieles, no sólo a los sacerdotes”.

El padre Cantalamessa ha recurrido como Jesús a las parábolas como método para comprender qué sucede en la celebración eucarística. El ejemplo descriptivo ha sido el de una empresa en el que un empleado admira y ama al jefe por encima de todo y propone a todos sus compañeros de trabajo hacer un regalo al jefe como símbolo de la estima que todos nutren por él. El regalo, sin embargo, lo paga únicamente este empelado, aunque todos firman como si hubiesen contribuido. De la misma forma, en la Misa, Jesús invita a todos sus hermanos a que firmen para contribuir en este don, de manera que el regalo llega a Dios como si proviniera indistintamente de todos sus hijos. Sin embargo, sabemos que tan sólo uno ha pagado con su vida el precio de tal don.

“Nuestra firma –ha proseguido el predicador- son las pocas gotas de agua que se mezclan con el vino en el cáliz; nuestra firma es sobretodo ese Amén solemne que la liturgia hace pronunciar a toda la asamblea como conclusión de la oración eucarística. Y como sabemos que quien ha firmado un contrato después tiene el deber de honrar la propia firma, esto significa que a la salida de misa, también nosotros debemos hacer de nuestra vida un don de amor por el Padre y por los hermanos. De esta forma, toda la vida del cristiano, no sólo durante la misa, se convierte en una eucaristía”.

El padre Cantalamessa se ha referido también a otro aspecto de la comunión eucarística del que se habla menos: el matrimonio humano como símbolo de la unión entre Cristo y la Iglesia. Y en este contexto, el predicador de la Casa Pontificia ha querido reafirmar que no hay nada de nuestra vida que no concierna a Cristo. En particular ha manifestado que “nadie debe decir que Jesús no sabe qué significa estar casado, ser mujer, haber perdido a un hijo, estar enfermo, ser anciano o ser alguien de color”, porque lo que Cristo no pudo vivir personalmente durante su existencia terrena, limitada a algunas experiencias como todos los hombres, lo vive y experimenta ahora como resucitado “según el Espíritu”, gracias a la comunión esponsal de la misa.







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