Viernes, 21 ene (RV).- Hoy, hablaremos de la importancia que tiene la familia, con
la formación y el ejemplo, en la prevención de miles de dificultades y problemas que
hoy afectan a nuestras sociedades; problemas que en la mayoría de ocasiones son señalados
como conflictos sociales, es decir, de las comunidades en general, como si no tuviéramos
nada que ver con sus causas y orígenes.
La gran mayoría de los problemas como drogadicción, delincuencia común, violencia,
tienen su origen en el seno familiar, en su descomposición, en la desarticulación
de las familias, sus condiciones de miseria o falta de educación, situaciones que
se convierten en círculos viciosos y repetitivos generación tras generación.
La descomposición social que padecemos hoy en día no se arregla con soluciones esquivas,
que sólo pretenden remediar las consecuencias inmediatas de los problemas, como puede
ser apresar al delincuente o amonestar al agresor, ya que éstas soluciones realmente
no buscan ir al origen mismo del problema.
Personas sumidas en el alcohol y las drogas, personas en cuyo interior existe un conflicto,
son personas que sin duda en un principio formaron parte de una familia, pero que
por múltiples razones dentro de ellas no hallaron el espacio que necesitaban y lo
buscaron en el lugar menos indicado.
Casi siempre los problemas y dificultades en los comportamientos de algunas personas
tienen como origen familias disfuncionales, hogares divididos, problemas de comunicación,
violencia intra- familiar, entre otros.
De ahí que se podría señalar que para empezar a buscar el origen real de los problemas
sociales, que son atravesados por el ámbito familiar, habría que empezar analizando
el corazón humano, es decir los valores, las formas de relación, los puntos o ejes
de referencia, las aspiraciones, los principios que constituyen el marco y la base
de su actuar.
No cabe duda que los tiempos cambian, y por ende, las relaciones sociales y los hombres
y mujeres en general. Hoy por hoy, se le da más importancia a algunas cosas que otras.
Por ejemplo, se valora mucho la posesión de objetos, la imagen física o la belleza,
valores socialmente aceptados y promovidos por el consumo, la publicidad y medios
de comunicación y que están sustituyendo algunos valores espirituales trayendo como
resultado el vacío de sus miembros y la búsqueda de soluciones en el exterior, cuando
en realidad, éstas están dentro del corazón humano.
Este cambio de valores y sus consecuencias lo podemos constatar cada uno de nosotros,
al interior de nuestros propios hogares, obviamente en unos más que en otros. Por
ejemplo, ya no hay tiempo para comunicarse, para dialogar e intercambiar las experiencias,
sueños y temores entre los miembros de una misma familia, pero sí hay tiempo para
ver más televisión. Ya no hay tiempo para escuchar a los hijos o a la esposa o esposo,
pero sí para aumentar la carga laboral y para salir con los amigos. Es decir, nuestra
vida se orienta mucho más hacia el exterior donde buscamos compañía, comprensión,
interacción y no en la intimidad y confianza del hogar.
Esta falta de afecto y acogida dentro de la familia hace que sus miembros -especialmente
los hijos- sientan sus necesidades básicas insatisfechas -como el amar y ser amados-
conduciéndolos, como manifestaciones de esta carencia, a la búsqueda de sus expresiones
en otros espacios y ambientes, donde se encuentran muchas vías de escape que van
desde la violencia hasta las drogas, sin que ello realmente plantee soluciones al
problema.
Fortalecer la familia, es un camino privilegiado para sanar la sociedad, de lo contrario
nos seguiremos enredando en las consecuencias antes mencionadas y las seguiremos enfrentando
sólo con medidas paliativas, creando un círculo vicioso que cada vez se estrechará
más.
Textos: Alma García- Locución: Alina Tufani Díaz.