Iniciaron este viernes en el Vaticano las Predicaciones de Adviento. La Eucaristía
es el tema central de las reflexiones del Padre Raniero Cantalamessa, Predicador de
la Casa Pontificia
Viernes, 3 dic (RV).- La Adoración Eucarística es un silencioso himno de alabanza
a Dios. Con estas palabras, el Padre Raniero Cantalamessa, Predicador de la Casa Pontificia,
inició esta mañana, en la Capilla Redemptoris Mater del Palacio Apostólico, las Predicaciones
de Adviento, en presencia del Santo Padre Juan Pablo II y de la Familia Pontificia.
“Así
como en primavera las hojas de los árboles absorben los rayos del sol para permitirle
a la planta generar frutos, así los cristianos delante de la Hostia, Cuerpo de Cristo,
hacen suyos los Misterios capaces de plasmar su universo interior, conformándolo al
Salvador”. Con esta imagen, sencilla pero intensa, inició su meditación de esta mañana
el Padre Cantalamessa, quien agregó que de nada le habría valido a María llevar a
Cristo en su vientre “si no lo hubiera llevado con amor también en su corazón”, y,
en este sentido, indicó que acoger a Cristo significa concretamente “pensar en Él,
dirigir la mirada hacia Él”.
Y aunque “no podemos reducir la Eucaristía a la
sola contemplación de la presencia real de Jesús en la Hostia –dijo el Padre Cantalamessa-,
sería una grave pérdida renunciar a ella”, pues hay “razones teológicas a favor de
la Adoración Eucarística: ‘Haced esto en memoria mía’”. “En efecto, hacer memoria
–agregó el Predicador de la Casa Pontificia-, tiene un significado objetivo, que es
repetir los ritos que cumplió Jesús en la Última Cena. Pero también tiene un aspecto
subjetivo, el de hacer memoria personal de Jesús, cultivar el recuerdo de Jesús”.
En
este sentido, el Padre Cantalamessa agregó que “la Contemplación Eucarística es todo
lo contrario a una acción estéril, pues el hombre refleja en sí mismo lo que ve” y
así “al detenernos por largo rato y con fe ante el Santísimo, asimilamos los pensamientos
y los sentimientos de Cristo”. Lo único que el Espíritu Santo pide, es “darle un poco
de tiempo”, “no ser avaros con el tiempo aunque al inicio parezca tiempo perdido”,
indicó el Predicador de la Casa Pontificia, quien concluyó recordando las palabras
de Juan Pablo II: “Jesús nos espera en este Sacramento del amor. No perdamos tiempo
para ir a encontrarlo en la adoración y en la contemplación plena de fe”.