El Papa entrega a Bartolomé I las reliquias de los santos Gregorio Nacianceno y Juan
Crisóstomo y llama a todos los cristianos a la unidad
Sábado, 27 nov (RV)- Juan Pablo II ha reiterado ante el amado hermano Patriarca de
Constantinopla, que nunca desmayará en impulsar «firme y reciamente la anhelada comunión
entre los discípulos de Cristo». En lo que Bartolomé I ha calificado de «momento sagrado,
histórico y fraterno», han sido entregadas esta mañana a la archidiócesis constantinopolitana,
por voluntad del Papa, las reliquias de los santos Gregorio Nacianceno y Juan Crisóstomo,
obispos y doctores de la Iglesia.
En la Basílica de San Pedro, durante la solemne
celebración ecuménica, presidida por el Santo Padre junto con el Patriarca Ecuménico
de Constantinopla, el Obispo de Roma ha afirmado textualmente: «En respuesta a la
voluntad del Señor, mi deseo es ser siervo de la comunión ‘en la verdad y en el amor
para que la barca —hermoso símbolo que el Consejo Ecuménico de las Iglesias eligió
como emblema— no sea sacudida por las tempestades y pueda llegar un día a puerto’»
(Ut unum sint 97).
La misma celebración, «signo del anhelo de la Iglesia de
Occidente y de Oriente de caminar juntas hacia el don de la unidad visible, para que
el mundo crea en Cristo único Salvador, se ha desarrollado con la estructura de una
Liturgia de Palabra. Después de los ritos de introducción y la veneración de las reliquias,
de la lectura bíblica y patrística con algunos escritos de los dos doctores de la
Iglesia y cantos de la Liturgia Bizantina, ha tenido lugar un momento de oración,
constituido por la Oración universal y la Oración del Señor. El rito de la entrega
de las reliquias se ha celebrado con la lectura de una Carta de Juan Pablo II al Patriarca
y con las palabras de agradecimiento de éste.
El Santo Padre en su carta -
que ha sido leída por Mons. Leonardo Sandri, sustituto de la Secretaría de Estado
- ha evocado la gran alegría del encuentro con el Patriarca Bartolomé, en el atrio
de la misma Basílica Vaticana, el pasado 29 de junio, en la solemnidad de los santos
apóstoles Pedro y Pablo. Y, poniendo de relieve, el nuevo don que ha representado
el evento de esta mañana, «otro encuentro fraterno en el amor, en la oración y en
la voluntad de caminar juntos hacia aquella unidad plena y visible que Cristo quiere
para sus discípulos», Juan Pablo II ha hecho hincapié en la dicha de la común veneración
de las reliquias de los santos Gregorio el Teólogo y Juan Crisóstomo, Padres de la
Iglesia de Oriente y Patriarcas de Constantinopla que, con san Basilio el Grande,
han sido honrados siempre por la Iglesia católica.
Tras señalar, con profunda
gratitud, que la traslación de estas santas reliquias es «una ocasión bendita para
purificar nuestras memorias heridas, para reforzar nuestro camino de reconciliación
y para confirmar que la fe de estos nuestros santos doctores es la fe de las Iglesias
de Oriente y de Occidente», el Papa ha destacado que «éste es el momento favorable
para unir a su intercesión nuestra oración, para que el Señor acelere la hora en la
que podremos juntos, en la celebración de la Santa Eucaristía, vivir la comunión plena
y contribuir así de forma más eficaz en hacer que el mundo crea que Jesucristo es
el Señor».
Por su parte, el Patriarca de Constantinopla, destacando que la
decisión de Juan Pablo II es «digna de todo honor y agradecimiento», ha hecho hincapié
en que la traslación y regreso de las reliquias de los dos santos es motivo de alegría
también para toda la Iglesia ortodoxa y para los hermanos católicos que en viven en
esta sede constantinopolitana.
El Patriarca Bartolomé I ha afirmado que este
acto sagrado celebrado hoy «repara una anomalía e injusticia eclesiástica». Y que
«este gesto fraterno de la Iglesia de la antigua Roma confirma que en la Iglesia de
Cristo no existen problemas insuperables, cuando el amor, la justicia y la paz se
encuentran en la sagrada diaconía de la reconciliación y unidad».
Asimismo,
el Patriarca de Constantinopla ha recordado que ambos santos lucharon con ahínco en
favor de la unidad de la Iglesia, evocando las palabras de San Juan Crisóstomo, que
afirmaba que «lacerar la Iglesia es un daño peor que la herejía» y que «el cisma en
la Iglesia no puede ser lavado ni siquiera con la sangre del martirio». Sin olvidar
las palabras de paz de San Gregorio el Teólogo, en su despedida de Constantinopla,
anhelando la unidad de la Iglesia.
Expresando su profundo aprecio por la misión
del Obispo de Roma de impulsar el camino ecuménico y sus peregrinaciones sin escatimar
esfuerzos por todo el mundo, Bartolomé I ha reiterado que «todo acto que sana antiguas
heridas y previene laceraciones nuevas contribuye a la creación de los supuestos necesarios
para proseguir el diálogo de la verdad en el amor entre nuestras Iglesias». El mismo
Patriarca ha subrayado además que con este acto, Juan Pablo II «da un ejemplo luminoso
que debe ser imitado, un mensaje fraterno y una advertencia a todos aquellos que arbitrariamente
poseen y se apoderan de tesoros de fe, de piedad y de civilización que pertenecen
a otros, con el fin de que sean devueltos a los que justamente los buscan y los solicitan».