2004-11-16 13:58:31

La eutanasia, una compasión mal entendida que establece quién puede vivir y quién puede morir


La eutanasia es una de las consecuencias del drama causado por una ética que pretende establecer quien puede vivir y quien puede morir. Esta era la afirmación de Juan Pablo II en su discurso a los participantes en la XIX Conferencia Internacional sobre los cuidados paliativos a quienes recibió en audiencia el jueves.

Tras especificar que la eutanasia se basa en una compasión mal entendida, el Santo Padre advirtió que en vez de ahorrar a la persona el sufrimiento la elimina. “La compasión, cuando carece de la voluntad de afrontar el sufrimiento y acompañar a quien padece, conduce a la eliminación de la vida para derrotar al dolor”.

“La verdadera compasión –continuó el Papa- promueve cualquier esfuerzo razonable para curar al paciente. Al mismo tiempo ayuda a detenerse cuando ninguna acción resulta útil para tal fin, porque el ensañamiento terapéutico no es el rechazo del paciente a la vida”. En este contexto el Pontífice reafirmó que la eventual decisión de no emprender o interrumpir una terapia será éticamente correcta cuando ésta resulte ineficaz o claramente desproporcionada para ayudar a vivir o a recuperar la salud. El rechazo del ensañamiento terapéutico es expresión del respeto que en cada instante se debe al paciente.

En el otro extremo, como recordó Juan Pablo II, se encuentran los cuidados paliativos destinados a hacer más soportable el sufrimiento en la fase final de la enfermedad y al mismo tiempo asegurar al paciente un acompañamiento adecuado. “Los cuidados paliativos –prosiguió- persiguen aliviar, en el enfermo terminal, una vasta gama de síntomas de sufrimiento de orden físico, psíquico y mental, y requieren la intervención de un equipo de especialistas con competencia médica, psicológica y religiosa, compenetrados entre ellos para sostener al paciente en su fase crítica”.

La medicina siempre está al servicio de la vida. Incluso cuando es consciente de no poder derrotar a la enfermedad, dedica todas sus capacidades a aliviar el sufrimiento. Para Juan Pablo II trabajar con pasión para ayudar al paciente en cualquier situación significa ser consciente de la inalienable dignidad del ser humano, incluso en las condiciones extremas del estado terminal.

De hecho el Papa subrayó en este sentido la existencia de una relación directamente proporcional entre la capacidad de sufrir y la capacidad de ayudar a quien sufre. “La experiencia cotidiana -dijo en su discurso- nos enseña que las personas más sensibles al dolor ajeno y las que más se dedican a aliviar el dolor de los demás son también las más dispuestas a aceptar, con la ayuda de Dios, el sufrimiento propio”.








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