El humanismo cristiano como itinerario de diálogo y paz entre los pueblos
«Promover un nuevo humanismo cristiano, capaz de recorrer la senda de la auténtica
belleza, presentándola a todos como itinerario de diálogo y de paz entre los pueblos».
Era la exhortación del Papa, el martes, en su discurso en la sesión pública de las
Academias Pontificias.
«Via pulchritudinis como itinerario privilegiado para
el encuentro entre la fe cristiana y las culturas de nuestro tiempo, así como instrumento
precioso para la formación de las jóvenes generaciones». Juan Pablo II puso de relieve
la importancia de éste que ha sido el tema de la nona sesión pública de las Academias
Pontificias, que tuvo lugar este medio día, en el curso de la cual el Santo Padre
entregó el premio que estas instituciones pontificias asignan cada año.
Este
2004, la galardonada ha sido la Abadía Benedictina de ‘Keur Moussa’, en Senegal, por
su labor de inculturación de la música y del canto gregoriano, adaptándolo a un instrumento
típico senegalés denominado Kora. Asimismo, el Papa otorgó sendas medallas de su Pontificado
a la escuela cinematográfica fundada y dirigida por el italiano Ermanno Olmi, de Milán,
«por su pedagogía fundada en el humanismo auténtico», y al Coro Interuniversitario
de Roma, dirigido por el maestro Don Massimo Palombella, «por su servicio al culto
divino y a la cultura musical».
En su discurso, leído por Mons. Leonardo Sandri,
sustituto de la Secretaría de Estado para Asuntos Generales, el Papa subrayó su anhelo
de que «con la aportación de todos se promueva un nuevo humanismo cristiano, capaz
de recorrer la senda de la auténtica belleza, presentándola a todos como itinerario
de diálogo y de paz entre los pueblos».
El Santo Padre recordó que «a lo largo
de dos mil años de historia, la Iglesia ha recorrido de tantas formas la senda de
la belleza por medio de obras de arte sacro». Acompañando la oración, la liturgia
y la vida de las familias y de las comunidades cristianas. Espléndidas obras maestras
arquitectónicas, pinturas, esculturas, miniaturas, obras musicales, literarias y teatrales.
Sin olvidar aquellas obras de arte, erróneamente consideradas como ‘menores’. Se trata
de «auténticos tesoros que nos hacen comprender, por medio del lenguaje de la belleza
y de los símbolos, la profunda sintonía que existe entre fe y arte, entre creatividad
humana y obra de Dios, autor de toda belleza auténtica».
Tras preguntar si
acaso «la humanidad de hoy hubiera podido gozar de un patrimonio artístico tan amplio,
de no haber sido por la comunidad cristiana que ha alentado y sostenido la creatividad
de numerosos artistas, proponiéndoles -como modelo y fuente de inspiración– la belleza
de Cristo, esplendor del Padre», el Pontífice hizo hincapié en que «sin embargo, para
poder brillar en su pleno esplendor, la belleza tiene que estar enlazada con la bondad
y la santidad de vida». Es decir que «es necesario hacer resplandecer en el mundo,
a través de la santidad de sus hijos, el rostro luminoso de Dios, bueno, admirable
y justo».
«Para incidir también en la sociedad de hoy, el testimonio de los
cristianos se debe alimentar con la belleza, siendo elocuente transparencia de la
belleza del amor de Dios», recomendó una vez más Juan Pablo II, dirigiéndose en especial
a los académicos y artistas. A ellos les recordó, precisamente, que tienen el cometido
de «alimentar su amor hacia todo lo que es auténtica expresión del genio humano, así
como reflejo de la belleza divina.
Recordando, como escribió en su Carta a
los Artistas, que «la Iglesia espera que de esta colaboración surja una renovada ‘epifanía’
de belleza para nuestro tiempo, así como respuestas adecuadas a las exigencias propias
de la comunidad cristiana» (n. 10), el Santo Padre expresó su grato aprecio por la
actividad que desarrollan todos los académicos, en especial los miembros de la Pontificia
Insigne Academia de Bellas Artes y Letras de los Virtuosos del Panteón.